Publicado en notineta.com
La historia mexicana esta plagada de gobernantes soberbios que piensan tener más sabiduría por el hecho de ocupar el poder, que el pueblo que los impuso ahí. Es tal vez por ello, por esta sabiduría del mando único, del Presidente, que hayamos echado por la borda dos preciosas oportunidades de transformar al país. Las sucesiones presidenciales de 1940 y 2006.
En la primera fecha ocurre el final del primer sexenio después de la Revolución Mexicana, después de muertes, ascensos, traiciones, armas, planes de guerra, levantamientos, dictadores, todo acompañado de una gran inestabilidad política, social y económica. Es el final del mandato del presidente Lázaro Cárdenas, quien impulsó la reforma agraria, nacionalizó el petróleo, expulsó a Plutarco Elías Calles del país, enfrentó a los banqueros y terminó con los alzamientos golpistas, dio tranquilidad al pueblo, dio esperanza.
En la segunda, es el final del primer sexenio del cambio, de la transición democrática, del ejercicio ciudadano de elegir libremente a su Presidente y que ésta elección sea respetada y acatada por el partido gobernante y monolítico que mantuvo el poder 71 años y parecía que así sería eternamente. El único reconocimiento fundado a éste gobierno es la transición, conseguir una nueva sigla gobernante, a pesar de las limitaciones del candidato que más tarde fueron expuestas como gobernante. El Presidente, ahora se trata de Vicente Fox, tiene en sus manos la continuidad del avance democrático que lo llevó al puesto, o aplicar su “sabiduría” y ser el gran elector.
Esa continuidad se ve también en la determinación que debe tomar el General Cárdenas, tiene que ceñirse a las presiones empresariales hartas de las reformas y expropiaciones, de la educación socialista que buscan un sucesor distinto a él, que equilibre la balanza en los próximos seis años. O bien, que sea el pueblo quien verdaderamente elija, aceptando con ello que tiene la capacidad para hacerlo mejor, y más importante, el derecho de hacerlo.
Lo importante no es quien debió de haber ganado, si el Manuel Ávila Camacho o Juan Andrew Almazán en primer caso o Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrado en el segundo. Lo importante es que de haber ganado quien en la práctica perdió, se hubiese respetado el voto. Se hubiera abonado a la pírrica democracia de 1940 o se hubiera perfeccionado la de 2006.
En cambio, con la primera decisión histórica, se instituyó el autoritarismo mexicano, se dignificó el fraude y la imposición y se terminó en 1940, con lo comenzado apenas seis años atrás, se terminó con los avances reformadores emprendidos y se llevó al país a un rumbo del que aún no salimos.
En 2006, se terminó con el cambio, con la transición y con la democracia. Con lo comenzado apenas seis años antes. En cambio, se abonó al autoritarismo y se regó al casi marchitado fraude y la imposición.
Paralelamente, en dos etapas históricas distintas, nuestra historia se ha equivocado con severidad. Nos ha causado un daño sólo reparable con el tiempo, con mucho tiempo. Un daño que sepulta luchas y vidas, esperanzas y anhelos de todo un pueblo.
Desacreditemos siempre la sabiduría del nuestros gobernantes, lo peor que nos puede pasar es equivocarnos, pero sin poder.
La historia mexicana esta plagada de gobernantes soberbios que piensan tener más sabiduría por el hecho de ocupar el poder, que el pueblo que los impuso ahí. Es tal vez por ello, por esta sabiduría del mando único, del Presidente, que hayamos echado por la borda dos preciosas oportunidades de transformar al país. Las sucesiones presidenciales de 1940 y 2006.
En la primera fecha ocurre el final del primer sexenio después de la Revolución Mexicana, después de muertes, ascensos, traiciones, armas, planes de guerra, levantamientos, dictadores, todo acompañado de una gran inestabilidad política, social y económica. Es el final del mandato del presidente Lázaro Cárdenas, quien impulsó la reforma agraria, nacionalizó el petróleo, expulsó a Plutarco Elías Calles del país, enfrentó a los banqueros y terminó con los alzamientos golpistas, dio tranquilidad al pueblo, dio esperanza.
En la segunda, es el final del primer sexenio del cambio, de la transición democrática, del ejercicio ciudadano de elegir libremente a su Presidente y que ésta elección sea respetada y acatada por el partido gobernante y monolítico que mantuvo el poder 71 años y parecía que así sería eternamente. El único reconocimiento fundado a éste gobierno es la transición, conseguir una nueva sigla gobernante, a pesar de las limitaciones del candidato que más tarde fueron expuestas como gobernante. El Presidente, ahora se trata de Vicente Fox, tiene en sus manos la continuidad del avance democrático que lo llevó al puesto, o aplicar su “sabiduría” y ser el gran elector.
Esa continuidad se ve también en la determinación que debe tomar el General Cárdenas, tiene que ceñirse a las presiones empresariales hartas de las reformas y expropiaciones, de la educación socialista que buscan un sucesor distinto a él, que equilibre la balanza en los próximos seis años. O bien, que sea el pueblo quien verdaderamente elija, aceptando con ello que tiene la capacidad para hacerlo mejor, y más importante, el derecho de hacerlo.
Lo importante no es quien debió de haber ganado, si el Manuel Ávila Camacho o Juan Andrew Almazán en primer caso o Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrado en el segundo. Lo importante es que de haber ganado quien en la práctica perdió, se hubiese respetado el voto. Se hubiera abonado a la pírrica democracia de 1940 o se hubiera perfeccionado la de 2006.
En cambio, con la primera decisión histórica, se instituyó el autoritarismo mexicano, se dignificó el fraude y la imposición y se terminó en 1940, con lo comenzado apenas seis años atrás, se terminó con los avances reformadores emprendidos y se llevó al país a un rumbo del que aún no salimos.
En 2006, se terminó con el cambio, con la transición y con la democracia. Con lo comenzado apenas seis años antes. En cambio, se abonó al autoritarismo y se regó al casi marchitado fraude y la imposición.
Paralelamente, en dos etapas históricas distintas, nuestra historia se ha equivocado con severidad. Nos ha causado un daño sólo reparable con el tiempo, con mucho tiempo. Un daño que sepulta luchas y vidas, esperanzas y anhelos de todo un pueblo.
Desacreditemos siempre la sabiduría del nuestros gobernantes, lo peor que nos puede pasar es equivocarnos, pero sin poder.
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