La historia se repitió por décadas en las izquierdas de las naciones, sin importar la geografía o el nivel de desarrollo de sus pueblos. Dejando de lado a las izquierdas revolucionarias que arribaron al poder, las que se inscribieron en el concurso electoral, han tenido que aprender que las condiciones ideológicas no son lo único necesario para llevar a cabo un proyecto, además hace falta convencer de éste a propios y extraños y para ello, hay que saber convencer, y ello no se consigue creyendo que el otro esta equivocado, sino que simplemente, piensa diferente.
En la apuesta de la política democrática cohabitan muchos intereses, que además de ser tolerados, deben de ser aceptados por unos y por otros.
Como ejemplos tenemos varios, por ello citemos a los más cercanos en tiempo y distancia.
El mejor y más socorrido es Brasil, cuyo Partido de los Trabajadores, con Luiz Inacio Lula, tuvo que moverse paulatinamente y por el embate de muchos fracasos hacia el centro, dejar de lado la radicalidad que en un inicio movió al líder obrero y entender, que él era sólo un elemento de la ecuación, en la que también habían muchos otros, como los propios empresarios que alguna vez como patronos fueron su contra parte, y en otro momento, integrantes necesarios del desarrollo conseguido en su país. Esto le permitió a Lula, asegurarle al electorado que de llegar al poder, gobernaría para todos y no sólo para las clases históricamente desprotegidas.
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