Publicado en Notineta.com
El paso cíclico de los acontecimientos políticos en México, en donde una vez más vemos el desfilar de nuevos personajes que durante tres años mantendrán el control de uno de los eslabones mas importantes del incorrecto funcionamiento de nuestro Estado, lleva a la reflexión; pero no a la inmediata y desmemoriada a la que los medios comunes tratan de encaminarnos, en donde son las declaraciones y reacciones de esta nueva legislatura las que llenan los titulares olvidando que hace tres años también hubo el arribo de una nueva legislatura y hace seis, también; en donde se olvida que este carrusel político sucede periódicamente aun cuando se le trate como un acontecimiento sin precedente. No, reflexionemos sobre las asignaturas pendientes, las más importantes y de la vistosa incapacidad que tiene esta clase política de resolver.
Cuáles son entonces estás asignaturas pendientes: primeramente remarcaría la que es el génesis para la posibilidad de resolver las demás, se trata de voluntad política. La política mexicana vive atada entre sí, y, además esta sujeta a los factores externos, de los que podemos citar tres de mayor importancia: narcotráfico, medios masivos de comunicación y clase empresarial, ¿pero cómo puede romper las cuerdas que la aprisionan?
Traduzcamos esta voluntad política como la determinación que debe asumir el famoso círculo rojo de la innegable necesidad de cambiar el estado actual de las cosas, sacrificando para ello los intereses más inmediatos, dejando de lado las pugnas internas de partidos, los conflictos de personalidad que reflejan las declaraciones pendencieras de algunos, los afanes protagónicos de otros y por último y no menos importante, las ambiciones económicas que la mayoría comparte. Es decir, la clase política tiene que darse cuenta de que tiene que ponerse de acuerdo en lo importante.
Dirán que esta aspiración es un romanticismo, que nunca sucederá algo así, que los políticos, al menos en México no responden ni responderán a los intereses generales de la sociedad y siempre estarán como hasta ahora, ansiosos por más poder, por más dinero y por más portadas en los periódicos. Pues no, afortunadamente la experiencia y teoría política que nos ofrecen otros países demuestra que tarde o temprano tiene que llegar el momento en el que hasta el político más corrupto y falto de miras, se vea obligado a marcar un cambio de rumbo en su que hacer público.
Recientemente en México han sucedido esbozos, intentos tímidos y hasta graciosos para la reconstrucción de nuestro agonizante Estado. Veamos las reformas electorales de 1996, la nueva configuración de la Cámara baja de 1997 o la permisión a la izquierda por parte del entonces casi todopoderoso PRI de gobernar la capital de la República en el mismo año. Incluso, después del triunfo electoral de Vicente Fox la esperanza de un buen número de mexicanos estaba a flor de piel y ésta, no era algo surgido de la ingenuidad, era una legítima esperanza de obtener un cambio en base a los recientes hechos, la transición política después de 71 años de predominio priísta.
Si después vino la desilusión no fue porque se trate de una tarea imposible ante la cual no quede más que la resignación de vivir siempre como un país con grandes rezagos y destinado a la marginalidad en casi todos los aspectos. Fue, por la mala fortuna de haber elegido a un incompetente para una tarea propia de un estadista. Entonces no hay que dejar al destino nuestro futuro ni a la resignación la posibilidad de cambiar el estado de las cosas. Si en su momento la transición de gobierno fue posible, habrá un momento en el que sea posible transitar a un Estado de bienestar.
Siendo así, podemos partir del principio de que nuestra clase política rompa de una vez con todas las ataduras que la inmovilizan y consiga la creación de un debate serio y fundamentado en la regeneración de un nuevo orden del Estado mexicano que permita un cambio de vida real en el pueblo mexicano. De lo cual, desarrollaré un nuevo artículo, en el que trataré de disgregar las tareas prioritarias para llegar a ese Estado de bienestar que tanto envidiamos en otras latitudes.
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