El Partido Comunista Mexicano (PC) se formó en 1919 a instancias de unos pocos y muy convencidos que con el tiempo fueron integrando a unos pocos más, de los nuevos, unos eran más conocidos que convencidos (Diego Rivera, Frida Kalho o el propio Siqueiros). Su lucha se dio siempre en la marginalidad, parte fundamental por la dictadura que ejercía el PRI, que impedía siquiera visualizar una fuerza opositora y menos si ésta era ¡COMUNISTA!, del resto de su marginalización, se encargaban los propios miembros de ése partido, que no consideraban entre sus miembros a quienes no tuvieran la calidad intelectual para entender y desarrollar sus ideales, aunque dejaran fuera a quienes sufrían los problemas que sus postulados buscaban resolver.
En 1977 por convencimiento de Jesús Reyes Heroles, el Presidente López Portillo permitió una reforma a la ley electoral que permitió en 1979 la llegada a la Cámara de Diputados de los primeros integrantes de la izquierda mexicana, no sólo del PC, sino de las otras fuerzas que asumían posiciones cercanas en sus planteamientos del Estado.
Con esto se dio pie al largo pero continuo crecimiento de la izquierda en México, en términos políticos y monetarios. La izquierda se institucionalizó por medio del registro oficial y el acceso legal a la lucha por el poder.
En 1987 se presentó la oportunidad de agrupar a todas las izquierdas en función del probable triunfo, finalmente arrebatado, de Cuauhtémoc Cárdenas como Presidente. La oportunidad fue vista por el grueso de los partidos, quienes se unieron y juntos derrotaron electoralmente al poder del Estado, aunque al final éste ganará rinconeramente.
De allí surgió el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se convirtió en el único factor real que podría llevar al poder lo enarbolado por tantos años; surgió después de un fraude electoral. La izquierda se unió por gracia de la necesidad democrática que imperaba en México.
Durante 18 años fue ganando terreno, conquistó la capital del país, gobiernos locales, más escaños y municipios. Consiguió en ese efímero tiempo disputar de manera real la Presidencia.
Pero a diferencia de lo sucedido en 1988, en 2006, el fraude llevó a la pulverización, a la desunión, a la fractura de la izquierda; todo lo contrario de lo sucedido antes, aunque la necesidad democrática permaneciera.
Hoy, a un año del proceso intermedio, las izquierdas mexicanas están sometidas y limitadas a sus luchas internas, mientras el PRI resuelve con quiénes ganará las diputaciones de 2009, para llenar las más de 200 curules que la torpeza opositora les deje, los cuatro partidos que tienen al menos en el discurso ejes de acercamiento (PRD, Convergencia, PT y PSD), luchan intestinamente entre ellos.
Unos se pelean por el nombre de un frente electoral que nunca sirvió como tal, y otros (PSD) ven en la destrucción del PRD, el método para resolver su inferioridad electoral.
Se enconan por ver quién preside, manda o dirige tras bambalinas a la fuerza opositora, mientras ésta se destruye al paso de la irracionalidad de la disputa.
Formalizan alianzas excluyentes hacia quienes no comparten íntegramente sus posiciones, como lo hacían antes los integrantes del PC, o permiten, del otro lado, burdos acercamientos con el poder para obtener prebendas de carácter personal (no siempre políticas, muchas veces económicas).
Y lo peor, todo esto ocurre mientras la derecha demuestra su falta de interés e incapacidad para resolver los múltiples problemas que sufre el país y la cada vez más latente amenaza del regreso de quienes saquearon durante décadas el bolsillo de nuestro pueblo.
Seguramente es más importante pelearse por el registro de un nombre o buscar la fiscalización de los movimientos ciudadanos por parte del IFE; seguramente estarán contentos el lunes 6 de julio cuando vean los resultados, y más contentos estaremos los electores jóvenes, al vivir gobernados por el PRI en 2012, como si la década de los 90s no hubiese sido suficiente para nosotros.
Comentarios